viernes, 22 de noviembre de 2013

La visita


Por Federico Artigau

Es el momento más esperado de la semana por los presos y por sus familiares y amigos. Todo empieza cerca de las 10 de la noche del día anterior, cuando la visita comienza a hacer la cola en el exterior del penal para poder conseguir los mejores lugares y entrar más rápido. Es una larga procesión hasta el momento del reencuentro.




Un alambrado olímpico marca la diferencia y la distancia entre adentro y afuera. Un portón azul grande de más o menos 3 metros es la puerta de entrada a la Unidad N° 1, por donde la visita inicia su peregrinación. Para poder finalmente entrar a ver a sus familiares y amigos detenidos, deben pasar por 5 cacheos de control como si estuviesen ingresando a una cancha de fútbol. En el primero un oficial del Servicio Penitenciario los registra con nombre y apellido y verifica que aparezcan en la lista de la visita. En el segundo y el tercero se revisan la comida y la ropa que traen desde afuera. En estos dos cacheos, personal del servicio siempre se queda con algo. En el cuarto control se les quitan las pertenencias personales con las  que no pueden entrar: celulares, plata y llaves. En el último, antes de entrar, se les pide a los visitantes que se bajen los pantalones y se levanten las remeras para evitar que lleven algo escondido. En el caso de las mujeres el control es más riguroso: las hacen poner en cuclillas y saltar para que con el golpe de la caída, suelten lo que llevan oculto.

Una vez adentro del penal, recorriendo esos tristes pasillos con paredes color beige y marrón, la visita se mezcla con los presos que están fuera de sus celdas y pabellones. Son estos presos los que hacen las veces de guías turísticos y botones, ofreciéndose a llevar los bolsos que traen desde afuera a cambio de una 
propina: comida o tarjetas de teléfono.

Finalmente llegan al patio de visita: un lugar al aire libre, con mesas y bancos hechos por los presos. Es un lugar con muy poca sombra, los primeros en entrar son los que tienen la suerte de elegir la mejor ubicación. El patio es un triángulo de cemento de más o menos unos 30 metros de largo. Los lados son las paredes del penal. Desde allí pueden verse las ventanas de los pabellones, donde los internos bajan con una soga bolsas para “manguear” comida o lo que sea. Estos mismos presos son los que controlan las visitas adentro.


La visita es algo muy importante para el detenido y para su familia, es una experiencia rara y diferente. Cada encuentro es distinto, en todos es como empezar de cero y volver a generar, otra vez, una nueva confianza. Pero también es el momento en que se pueden “escapar” por un ratito de sus realidades diarias. Termina a las 12 cuando los pocos oficiales del Servicio Penitenciario anuncian que ya es la hora de finalización, es un momento muy duro: es ahí donde cada uno vuelve a estar preso.  

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