Por
Federico Artigau
Es el
momento más esperado de la semana por los presos y por sus familiares y amigos.
Todo empieza cerca de las 10 de la noche del día anterior, cuando la visita
comienza a hacer la cola en el exterior del penal para poder conseguir los mejores
lugares y entrar más rápido. Es una larga procesión hasta el momento del
reencuentro.
Un alambrado
olímpico marca la diferencia y la distancia entre adentro y afuera. Un portón azul
grande de más o menos 3 metros es la puerta de entrada a la Unidad N° 1, por
donde la visita inicia su peregrinación. Para poder finalmente entrar a ver a
sus familiares y amigos detenidos, deben pasar por 5 cacheos de control como si
estuviesen ingresando a una cancha de fútbol. En el primero un oficial del
Servicio Penitenciario los registra con nombre y apellido y verifica que
aparezcan en la lista de la visita. En el segundo y el tercero se revisan la
comida y la ropa que traen desde afuera. En estos dos cacheos, personal del servicio
siempre se queda con algo. En el cuarto control se les quitan las pertenencias
personales con las que no pueden entrar:
celulares, plata y llaves. En el último, antes de entrar, se les pide a los
visitantes que se bajen los pantalones y se levanten las remeras para evitar
que lleven algo escondido. En el caso de las mujeres el control es más
riguroso: las hacen poner en cuclillas y saltar para que con el golpe de la
caída, suelten lo que llevan oculto.
Una vez
adentro del penal, recorriendo esos tristes pasillos con paredes color beige y
marrón, la visita se mezcla con los presos que están fuera de sus celdas y
pabellones. Son estos presos los que hacen las veces de guías turísticos y
botones, ofreciéndose a llevar los bolsos que traen desde afuera a cambio de
una
propina: comida o tarjetas de teléfono.
Finalmente llegan
al patio de visita: un lugar al aire libre, con mesas y bancos hechos por los presos.
Es un lugar con muy poca sombra, los primeros en entrar son los que tienen la
suerte de elegir la mejor ubicación. El patio es un triángulo de cemento de más
o menos unos 30 metros de largo. Los lados son las paredes del penal. Desde allí
pueden verse las ventanas de los pabellones, donde los internos bajan con una
soga bolsas para “manguear” comida o lo que sea. Estos mismos presos son los
que controlan las visitas adentro.
La visita es
algo muy importante para el detenido y para su familia, es una experiencia rara
y diferente. Cada encuentro es distinto, en todos es como empezar de cero y
volver a generar, otra vez, una nueva confianza. Pero también es el momento en
que se pueden “escapar” por un ratito de sus realidades diarias. Termina a las
12 cuando los pocos oficiales del Servicio Penitenciario anuncian que ya es la
hora de finalización, es un momento muy duro: es ahí donde cada uno vuelve a
estar preso.
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