Por
Federico Pujol es
Era
un martes común y tranquilo en la remisería que se ubica a 50 metros del Penal
de Olmos. Pero como todos los días de visita en la cárcel, hubo mucha demanda
de autos.
Por
seguridad, la remisería lleva un registro donde anota el documento y nombres de
la persona que solicitó el auto.
El
martes 5 de noviembre, una mujer ingresó al local de Remis Express ubicado en
la zona céntrica de Olmos, entre dos casas particulares. El frente es de
cerámicos marrones en forma de rombos con relieve. Cuenta con un pequeño banco
para que los días calurosos los clientes esperen el auto. La mujer fue atendida
por el telefonista que estaba por finalizar su turno. Este hombre morocho y de
pelo corto, estaba sentado en un almohadón sobre una banqueta delante de un
escritorio elevado que sostiene el teléfono y la radio que lo comunica con los
choferes. Luego de solicitar y anotar el documento a la mujer, pidió un auto.
Las
paredes tienen una porción revestida en madera pálida mal barnizada y gastada
por el paso del tiempo. El resto es color anaranjado y tiene un efecto rugoso a
la vista y al tacto, como un libro en braille, para el ciego del barrio que
ocasionalmente se toma un remis.
Sobre
la puerta de entrada blanca y metálica cuelga un televisor: la compañía es
fundamental para el horario nocturno. En la pared de la izquierda hay un espejo
viejo y gastado, se nota que tuvo épocas mejores, pero ya no se puede ver el
reflejo. En la derecha un pequeño asiento color marrón, chilla cada vez que
alguien se sienta en él.
Detrás
del escritorio hay una pequeña puerta que lleva al baño y a la cocina: lugar de
descanso y juego de los choferes mientras esperan un viaje. Sillas y banquetas
de madera y plástico rodean una mesa que contiene mazos de cartas y un segundo
televisor.
El
remis está en la puerta, hora del viaje.
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