Por Gisele Ferreyra
María Laura Delgadillo soñaba ser
cantante cuando era una niña. Hoy, después de una vida marcada por el dolor es
profesora de canto y preparadora vocal de coros. Hija de un represor y sobrina
de una partera desaparecida, sufrió amenazas e intimidaciones durante la última
dictadura. 20 años formó parte de una congregación de Testigos de Jehová. Para
ella se trató de un exilio, era muy joven para irse del país. Decidió
“guardarse” allí. En este contexto, durante
la década del 90, asistió 2 años a la Unidad N° 8 de mujeres de Los
Hornos como misionera, a brindar apoyo moral y ayuda material a las detenidas.
Trabajó en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata. Se
define como una “troska” hasta que en el 2003 conoció a Néstor Kirchner. Hoy, lejos
de cualquier religión, está separada, tiene una hija de 31 años y una gran historia
por contar.
-¿A qué te dedicas?
-Soy
un bicho extraño. En este momento soy
empleada pública, administrativa, trabajo en la Comisión de Investigaciones
Científicas. Y soy profesora de canto y preparadora vocal de grupos de coros.
-¿Cuándo trabajaste en la cárcel de
mujeres?
-Durante
la década del 90. Conozco a la cárcel desde un ángulo muy particular y bastante
poco frecuente. Yo entré cuando era Testigo de Jehová. No soy más parte de la
congregación, esa etapa para mí fue el exilio. Yo era menor, tenía 17 años y no
me podía ir del país. Estábamos amenazados. Y una manera de mandarme a guardar
para sobrevivir fue eso. Los Testigos son una secta muy cerrada, muy
contenedora en la que te muestran que la vida es linda, se habla del paraíso y
ahí todos éramos hermanos y buenos. Me vendieron pajaritos de colores, y yo
decidí comprar esa ilusión.
-¿En qué penal trabajaste como
misionera?
-Trabajaba en la Unidad N°8 de mujeres en
Los Hornos. En los 90. La última vez que fui fue en un motín. Ahora está mucho
más tranquila porque están las madres con los chicos y hay ciertos códigos que
se bajan un poquito cuando hay chicos, tenés que ser muy bestia para no
respetar esas cosas.
-¿Por qué decidiste trabajar en un
penal?
-Fue
una etapa de mi vida cuando yo era Testigo de Jehová. Ellos tuvieron un momento
en el cual empezaron a expandir su campo a las cárceles. Y fue una manera
también de salirme de mi realidad. Siempre tuve esa inquietud de ayudar. Mi
mamá fue asistente social y trabajó muchos años en el Hospital de Niños
entonces yo tenía contacto con el trabajo social y con el voluntariado. Se dio
ese espacio dentro de los Testigos, nadie quería ir y yo me ofrecí. Fue una
experiencia que nunca había vivido. Siempre tratábamos de ir de a dos o de a
tres. Nunca solas, porque vos entrabas, te mandaban al patio, te cerraban la
puerta y lo que pasaba era problema tuyo.
-¿En qué consistía el trabajo que
hacías?
-Nosotros
íbamos a evangelizar y a hacer contención emocional y material, porque muchas
de las personas que están detenidas no tienen acceso a sus familias porque
viven muy lejos y las traen de otros lados del país. La mayoría son de bajos
recursos, todas te diría. El que tiene plata no está en la cárcel. Carecían de
lo imprescindible para la higiene personal como cepillos de dientes, algodón y
jabón.
-¿Cómo era su relación con el personal
penitenciario?
-Y,
ellos tienen un manejo bastante feo. Contacto con el Servicio Penitenciario no
tuve, salvo las requisas. A nosotros nos requisaron una sola vez. Al resto de
los grupos evangélicos los requisaban más seguido porque entraban drogas. Nos bardeaban bastante. No nos querían a los
Testigos, porque éramos competencia de los curas y los curas por ahí les llevaban
cosas y nosotros nada: coima a nadie, aunque tengan uniforme.
-¿Las detenidas aceptaban la
evangelización?
-No
todas, pero sí. Había un grupo que se acercaba. Les llevábamos lecturas y
hacíamos reflexiones. Algunas que no recibían ningún tipo de visita venían una
vez aunque sea para distraerse. Les hacía bien. Se crea la cultura del “dame”
sobre cosas materiales. No, dame no.
Nosotras, a propósito, cada tanto no les llevábamos nada. Y nos decían: ¿qué trajeron hoy? Y les decíamos: nada.
-¿Cuál era la reacción de las detenidas?
-Algunas
se borraban, otras se ofendían. Después volvían. Pero les explicábamos que no
era obligación nuestra llevarles cosas, lo hacíamos porque queríamos. Y además,
no eran cosas nuestras. Eran cosas que donaba la comunidad y a veces la gente
no tiene, no puede o no quiere. Y está bien. Tienen que hacerse cargo de la
situación y entender que no es culpa del resto que ellas estén detenidas.
-¿Cómo era la metodología de trabajo?
-Eran
reuniones. Tardaban bastante en hacerlas bajar. Al principio estábamos en un
espacio grande que eran los baños de arriba, donde había bancos de los más precarios,
sin respaldo. Ahí recibían visita, algunas personas. Otras no, había lugares
más vip. Los baños de arriba estaban rotos, los caños perdían y para solucionar
el problema hicieron un tinglado, un techito que le de inclinación y todo lo
que caía ahí iba a un patio afuera. Un olor tremendo. A nosotros nos metían ahí
para que desistiéramos, pero no nos importaba, al contrario. Anotábamos algunas
cosas que podían llegar a necesitar, lavandina, jabón, cepillos, dentífrico,
etc. Llevábamos esa lista a la congregación y se hacían donaciones. Después las
detenidas empezaron a venir por una cuestión de interés. Pero es entendible
pensando en la situación en la que están y las cosas que vivieron. La mayoría
tenía vidas terribles. Había de todo. Una mujer con 4 hijos, maltratada por el
marido un día no aguantó y mientras almorzaban le clavó el tenedor en el ojo y
lo mató. Terminó en la cárcel y los hijos desparramados.
-¿Qué pasa con las que salen en
libertad?
-No
hay lugar que las contenga. Hay todo un concepto que tiene que ver con el
castigo. Se cree que a la persona que delinque hay que castigarla. La idea es
recuperarla para la sociedad, porque hay gente que es recuperable y gente que
no, la antisocial. La ponés afuera y va a volver a violar, a matar, porque son
personas enfermas con perfiles psicológicos muy claros. El psicópata no tiene
recuperación. Cuando salen no consiguen trabajo, no les dan a los hijos.
Entonces crea un resentimiento. Hay un 90% de reincidencia. Más allá que la
mujer no sea violenta, cuando buscan trabajo se les pide el DNI y los
antecedentes, y ningún empleador las quiere contratar en esas condiciones.
Entonces la mayoría de las mujeres terminan prostituyéndose. A algunas les
gusta, y otras lo sufren terriblemente.
-¿Qué opinás de las salidas
transitorias?
-A
mí me parece bien que salgan y hagan cosas. Para ir integrándolos, para que la
sociedad los vaya aceptando y para que ellos mismos se vayan dando cuenta de lo
que es la libertad. Ir integrándose mutuamente ellos a la sociedad y la
sociedad a ellos. Tienen un resentimiento muy grande.
-¿Cuál es la causa de éste perfil
psicológico?
-Tiene
que ver con la formación. Entre el día cero y los tres años se forma la
personalidad psíquica de los seres humanos. Y en ese período, la persona que
pudo haber sido maltratada, abandonada, desamada o desatendida, deforma su
personalidad psíquica. Esas personas son antisociales. Pero la mayoría de la
gente que está en las cárceles no son psicópatas. Los psicópatas,
lamentablemente, están sueltos. El psicópata es perverso. Una personalidad
perversa sería la de una persona que abusa de niños. Y esa persona no puede
recuperarse.
-Entonces, ¿cómo es la mayoría de la
gente en la cárcel?
-La
mayoría de la gente detenida es pobre. Es una cuestión social, una cuestión de
clases sociales. No van los ricos a la cárcel. Sí algún caso excepcional, como
el que mató a la mujer en el country. Pero esos tienen buenos abogados. Hay
gente que cuenta con dinero y puede pagar los penalistas más caros que ya saben
a quién tienen que coimear. Entonces pagan y con un tecnicismo salen. En cambio
el pobre no tiene a quién coimear ni cómo. El ser humano es corruptible siempre
y cuando tenga a mano poder. Ahí es donde se ve que clase de persona es uno,
cuando tiene acceso al poder.
-¿Cómo se ve esto en la cárcel?
-En
la cárcel está muy presente esta cuestión del poder. Quién domina a quién.
Dentro de los mismos carceleros tienen sus categorías también.
-¿Los detenidos también?
-Sí.
Dentro de las celdas, porque no son individuales, son colectivas. Lo ideal
serían celdas individuales, porque sería mejor el manejo, mucho más humano y
digno. Entonces la persona que delinquió sería recuperable. Así y todo, en
medio de ese desastre, yo he visto gente que salió increíblemente bien. Uno
entre un millón, que ha sido iluminado y justo encontró una persona que lo
contuvo o una profesión, un oficio para canalizar.
-¿Adentro de la cárcel trabajan las
detenidas?
-Sí,
pero son privilegios. No todas pueden trabajar. Es una manera que tiene el Jefe
del servicio para controlar. De esa manera aquellos que quieren trabajar tienen
que portarse bien.
-¿En la Unidad N° 8 había muchos de
estos privilegios?
-Hay
de todo. Está la que no le importa nada y la que sí, porque se siente culpable,
se hace cargo de lo que hizo, sufre, piensa en su familia y se dice estúpida.
Se trata de un arrepentimiento total.
-¿Cómo son las condiciones de vida
adentro del penal?
-No
teníamos acceso a las celdas. Lo que yo pude ver fueron los baños de abajo que
no tenían cortinas. Y a veces tenían agua caliente. En general, las cárceles de
mujeres son un poco más limpias.
-¿Tenías miedo de trabajar ahí?
-No.
Me causaba rechazo el lugar, el ambiente y la energía. Los golpes de las
puertas, las caras y las miradas. Las personas más resentidas eran las
oficiales que te trataban mal. Te quieren asustar porque necesitan ejercer ese
poder. Me decían: no gastes tiempo en
esta gente. Y yo les decía: mí tiempo
lo dedico como quiero, usted no se haga problema. Íbamos con tortas y
siempre pasaban de largo. Así como cuando llegaban las carnes para las presas,
se la repartían entre ellos, que comen bastante bien.
-¿El personal es todo femenino?
-No.
En la cárcel de mujeres, los guardias de afuera son hombres. No dejan entrar
muchos porque se han encontrado “cogiendo” entre las rejas. Está recontra
penado, pero el que más pierde ahí no es el penitenciario. Las penitenciarias
tienen esa actitud totalmente masculina.
-¿Existe el lesbianismo?
-Sí.
Hay cierta cuestión de promiscuidad. La mayoría es gente de edad media, joven.
Como cualquier persona normal tienen necesidades físicas, sexuales. Entonces se
propendía mucho al lesbianismo y parejas entre mujeres. Por una cuestión de
contención emocional también. A veces se te enamoraban. Porque es fácil
confundir en ese momento el afecto y el cariño, con el amor y la necesidad
física. Suponete que hay 6 en una celda, no tienen intimidad. Ni siquiera
intimidad en el baño. Porque en el baño ni cortinas tienen. Supongo que también
es una medida de control.
-¿Cómo manejabas el enamoramiento de las
detenidas?
-Es
difícil, sobre todo cuando no tenés experiencia. Yo tenía la costumbre del
compañerismo. Me agarraban la mano, pero uno se da cuenta cuando una persona te
agarra la mano con una intención y cuando te la agarra con otra. A veces me lo
declaraban. Yo le decía: bueno corazón,
entiendo que vos no estés del todo bien y que te confundas, vos estuviste
casada con un hombre. No voy a decir que la sexualidad no se pueda cambiar
en un momento de la vida. Pero en esas circunstancias cuando vivís en un
ambiente hostil, difícil, dónde hay peleas constantes y te quieren dominar, es
muy fácil confundir.
-¿Las parejas viven juntas?
-En
las celadas hay una “capa” (N del R: líder) que se pone en papel masculino y
elige aquella que le gusta para que le lave la ropa y sea su mujer.
-¿Quién decide quién es la “capa”?
-Nadie
se mete. Las mujeres son más difíciles que los hombres. Si viene alguien
impuesto, aparece degollada en el baño. Las “capas” son líderes legitimadas por
el miedo. Están las que no se quieren meter porque no quieren tener problemas,
las de personalidad más débil. Y siempre hay alguna que toma la posta. A veces
sin violencia, pero hay de todo. También hay chicas que pidieron vivir todas
juntas y convivían lo más bien, sin necesidad de esos códigos.
-¿Hay muchas peleas entre detenidas?
-Se
peleaban por boludeces. Como chicos, vos tenés que escucharlas y hacerles
reflexionar. Decirles que se tienen ellas solas, adónde van a ir. Yo les decía:
quédate tranquila en la celda con las
chicas, vas a caer sino en cualquier lugar y no sabés que te va a pasar. Es
difícil porque el hacinamiento es complicado.
-¿Hay una superpoblación?
-Sí.
-¿Por qué crées que se da la
superpoblación?
-Después
de los años 90, en que el querido Menem se dedicó a destruir el país, se
criaron varias generaciones entre desocupados, marginados y excluidos que creen
que trabajar es ir a afanar. ¿Cómo le sacás a un pibe esa idea y que vaya a
estudiar? Es la cultura del afano. Ellos dicen: me voy a trabajar. Lo toman como un trabajo y creen que está bien.
-¿Cuál crées que es la solución?
-La
falta de la cultura del trabajo se ha profundizado mucho. Yo estoy muy de
acuerdo con la Asignación Universal por Hijo. Eso tendría que ser una
transición hacia algo mejor. En otros países las asignaciones que da el
Gobierno tienen un plazo. Y las personas tienen que presentarse a agencias de trabajo
y aceptar trabajos. Acá falta perfeccionarlo, falta que la gente no se
acostumbre a prenderse de la teta del Estado. La cosa no es que el Estado te va
a dar de comer, sino que te va a paliar una situación de crisis. Un mientras
tanto. El Estado tiene que proveer la posibilidad de acceso al trabajo digno.
Eso es lo que falta ahora aunque se ha reactivado un montón el laburo, ya hay
una o dos generaciones que esa cultura del trabajo no la tienen.
-Es un proceso largo y profundo.
-Hay
que trabajar mucho y los resultados se van a ver de acá a 30 años. Recién ahí
se verá un cambio. Se necesita mucha inversión en educación y que la gente que
recibe asignaciones retribuya eso de alguna manera a la sociedad, captando el
hecho de que no es obligación del Estado mantenerlos. Sino que es una situación
donde lo digno es ganarse el pan trabajando. Es muy difícil. Hay gente que
abusa de eso y especula. Pero no está hecho para esa gente, está hecho para la
gente que lo necesita. Las leyes se hacen para cubrir necesidades, para
generalidades. Está todo ligado. El concepto vulgar de justicia, el delinquir,
los problemas sociales, la cárcel. Para cambiar hay que cambiar muchísimas
cosas. ¿Por dónde empezamos? ¿El huevo o la gallina?
-¿Cómo es el trato del personal
penitenciario para con las presas?
-Son enemigos. Tratan a las detenidas
como a un animal. Y si vos a una persona la tratás como un animal, no va a
responder como una persona, sino como un animal. Si vos lo matás a palos, les
pegás, lo castigás no se encuentra la solución, la recuperación. Tienen que
cambiar otras cosas. Hay lugares dónde estar detenido es mucho más humano. En
Argentina estamos como venimos de España. En épocas de miseria entraba mucha
gente al Servicio Penitenciario. La idea es el castigo y no la recuperación. La
cárcel para castigar es la idea prehistórica. El ejercicio del poder sobre
otro. La privación de la libertad como un castigo. Te pongo acá porque te
portaste mal. Te estoy castigando y todo lo que te pase adentro, te jodés. No
hay recuperación. No hay reinserción. La gente sale y no tiene una transición.
El Estado debería darle trabajo y salir como garante de esa persona. Una
persona no puede quedar marcada de por vida por un error. Pero no, el
antecedente es de por vida. Y a una persona que tiene antecedentes, nadie la
quiere. El Estado en España, por ejemplo, les da trabajo y parte del sueldo o
todo lo paga el Estado. Acá no.
-¿Cómo se recuperarían las personas?
-En
la cárcel tiene que haber asistentes sociales, trabajadores sociales,
psicólogos, psiquiatras, médicos. Uno se deprime afuera en libertad, imaginate
adentro. Tendrían que ser celdas unitarias. Tendrían que ponerlos por
pabellones, por patologías, pero no pasa. Al primero que hay que hacerle
exámenes psicológicos una vez por semana es al personal penitenciario.
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