Por Gisele Ferreyra
Él es oficial
egresado del Instituto Superior del Servicio Penitenciario Bonaerense de La
Plata y trabaja hace 3 años dentro de una Unidad. No sabía cómo era la realidad
carcelaria hasta que empezó a realizar pasantías. Hoy asegura que lo que se
vive dentro del penal es una locura. Por cuestiones de seguridad pidió no dar a
conocer su identidad.
El oficial abre las puertas de su humilde casa con un termo debajo del brazo y un mate recién preparado. Se dirige al comedor. Se sienta y afirma la bombilla en la yerba quemada por el agua hervida. Está nervioso como si fuera a rendir un examen. Es un gran observador. En silencio no deja de seguir los movimientos que hago al acomodar mi libreta.
-No me grabes, me da vergüenza. No, está bien,
mientras sólo lo escuches vos. Me dice entre risas que generan un clima más
ameno.
Recién llega de la Unidad penitenciaria donde
trabaja 24 por 48 horas. Está cansado, se puede ver en las ojeras y en sus pelos
desordenados. Es parte de un personal
muy reducido y recargado que debe vigilar cerca de dos mil presos en una de las
cárceles más grandes de la provincia.
-En el momento que yo me decido a hacer esta
carrera, no tenía noción de cómo era la movida –dice, mientras cierra la puerta
que comunica con el resto de la casa. -O sea, algo terrible no era. No todo es
color de rosa, es una locura.
Con un terror que le recorría el cuerpo, agarró las
llaves del pabellón durante su pasantía y empezó a trabajar. Le ordenaron
observar los movimientos de los presos. Pero todavía no sabía de qué se trataba
aquella nueva realidad a la que se enfrentaba. No podía creer lo que veía,
escases de personal, malas condiciones edilicias, presos y oficiales en
contacto permanente. Estaba sorprendido.
A pesar del miedo, el oficial tenía el pecho inflado
de orgullo por pertenecer a la fuerza que fue acumulando durante su carrera.
Al egresarse, fue nombrado y directamente entró a
trabajar en un penal bajo la función de “vigilancia y tratamiento”.
No sólo él tuvo miedo, de los 13 egresados de su
promoción, sólo dos soportaron la nueva realidad.
Pero si no enfrentaba esta situación, no podría
seguir trabajando. Entonces decidió “insertarse” en la nueva realidad. Adquirió
los mismos códigos y formas de hablar de los presos. Internalizó sus valores,
sus modos de vida y sus hábitos.
-Hoy puedo decirte que soy un preso más. Dice
orgulloso el oficial.
Su prisionalización fue tan profunda que fuera del
horario laboral él usa y reproduce el lenguaje “tumbero”.
Dentro de los muros existen dos grupos antagonistas:
los presos y la policía. A pesar de esto, supo ganarse el respeto de algunos
internos por mostrarse como uno más. Trató de no marcar diferencias. Sólo se
dedica a hacer su tarea que no siempre resulta eficiente.
-Yo me mando cagadas a pleno. Hay en juego muchas
cosas. Podés caer en cana. Sos responsable de gente cuando está afuera de un
pabellón y por ejemplo, vos andás con dos que no tienen que estar cerca, pero
los llevas juntos porque no das a basto. Eso lo tenés que explicar, porque
puede pasar cualquier cosa.
Fue lastimado con facas por presos que no
reconocieron su buena predisposición para ayudarlos, tuvo que dirimir
conflictos usando escopetas, escudos y gas pimienta. Pero no lamentó
consecuencias. Sin embargo, dos hechos lo marcaron. Dos muertes carga en la
espalda. Un preso herido y otro intoxicado fueron derivados por la sanidad
penitenciaria al hospital extramuros. Él se encargó del traslado y murieron en
el camino.
- Según un par de autores que leí en la escuela, se
usan los muros de contención para tapar lo que pasa adentro, y a veces lo
pensás así. Dice con resignación.
Hay mucha droga en el penal y muchos negocios para
conseguirla. Sanidad es la principal proveeduría de todo tipo pastillas, pero
también entra a través de la visita o el propio personal penitenciario. Esto no
lo ve como algo grave. Hasta le produce cierta gracia.
-Hay cosas que se saben, que se sospechan. El que
pincha, pincha. No se requisa el personal. Olvidate, yo entro derecho a la
cárcel, derecho como vengo a mi casa.
Pero los negocios también giran en torno a la comida
que es escasa. El oficial entonces, tiene que permitirles a los presos ir a
robar o “manguear” a los negocios de la unidad para que no se desate un
levantamiento de la población.
Su nivel de prisionalización es tan grande que hasta
ha llegado a pensar en robar. Si no lo hizo todavía es por miedo a perder su
libertad. De todas maneras, de quedar apresado, no duda en escaparse de alguna
manera de la unidad.
- Imaginate que robaste una vez, te pudiste comprar
un auto y eso te lleva a otra cosa. A mí
me gustaría. Después te llevás todo por delante.
Está resignado. Lo que estudió durante su carrera no
se corresponde con la realidad carcelaria. Las funciones de vigilancia y
tratamiento de los internos no se cumplen. Decidió no preocuparse más por eso,
simplemente se sumó a la población. La
realidad dentro del penal es hoy su realidad.
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