jueves, 17 de octubre de 2013

Un preso más

Por Gisele Ferreyra 

Él es oficial egresado del Instituto Superior del Servicio Penitenciario Bonaerense de La Plata y trabaja hace 3 años dentro de una Unidad. No sabía cómo era la realidad carcelaria hasta que empezó a realizar pasantías. Hoy asegura que lo que se vive dentro del penal es una locura. Por cuestiones de seguridad pidió no dar a conocer su identidad.





El oficial abre las puertas de su humilde casa con un termo debajo del brazo y un mate recién preparado. Se dirige al comedor. Se sienta y afirma la bombilla en la yerba quemada por el agua hervida. Está nervioso como si fuera a rendir un examen. Es un gran observador. En silencio no deja de seguir los movimientos que hago al acomodar mi libreta.


-No me grabes, me da vergüenza. No, está bien, mientras sólo lo escuches vos. Me dice entre risas que generan un clima más ameno.

Recién llega de la Unidad penitenciaria donde trabaja 24 por 48 horas. Está cansado, se puede ver en las ojeras y en sus pelos desordenados.  Es parte de un personal muy reducido y recargado que debe vigilar cerca de dos mil presos en una de las cárceles más grandes de la provincia.

-En el momento que yo me decido a hacer esta carrera, no tenía noción de cómo era la movida –dice, mientras cierra la puerta que comunica con el resto de la casa. -O sea, algo terrible no era. No todo es color de rosa, es una locura.

Con un terror que le recorría el cuerpo, agarró las llaves del pabellón durante su pasantía y empezó a trabajar. Le ordenaron observar los movimientos de los presos. Pero todavía no sabía de qué se trataba aquella nueva realidad a la que se enfrentaba. No podía creer lo que veía, escases de personal, malas condiciones edilicias, presos y oficiales en contacto permanente. Estaba sorprendido.

A pesar del miedo, el oficial tenía el pecho inflado de orgullo por pertenecer a la fuerza que fue acumulando durante su carrera.

Al egresarse, fue nombrado y directamente entró a trabajar en un penal bajo la función de “vigilancia y tratamiento”.

No sólo él tuvo miedo, de los 13 egresados de su promoción, sólo dos soportaron la nueva realidad.
Pero si no enfrentaba esta situación, no podría seguir trabajando. Entonces decidió “insertarse” en la nueva realidad. Adquirió los mismos códigos y formas de hablar de los presos. Internalizó sus valores, sus modos de vida y sus hábitos.

-Hoy puedo decirte que soy un preso más. Dice orgulloso el oficial.

Su prisionalización fue tan profunda que fuera del horario laboral él usa y reproduce el lenguaje “tumbero”.

Dentro de los muros existen dos grupos antagonistas: los presos y la policía. A pesar de esto, supo ganarse el respeto de algunos internos por mostrarse como uno más. Trató de no marcar diferencias. Sólo se dedica a hacer su tarea que no siempre resulta eficiente.

-Yo me mando cagadas a pleno. Hay en juego muchas cosas. Podés caer en cana. Sos responsable de gente cuando está afuera de un pabellón y por ejemplo, vos andás con dos que no tienen que estar cerca, pero los llevas juntos porque no das a basto. Eso lo tenés que explicar, porque puede pasar cualquier cosa.

Fue lastimado con facas por presos que no reconocieron su buena predisposición para ayudarlos, tuvo que dirimir conflictos usando escopetas, escudos y gas pimienta. Pero no lamentó consecuencias. Sin embargo, dos hechos lo marcaron. Dos muertes carga en la espalda. Un preso herido y otro intoxicado fueron derivados por la sanidad penitenciaria al hospital extramuros. Él se encargó del traslado y murieron en el camino.

- Según un par de autores que leí en la escuela, se usan los muros de contención para tapar lo que pasa adentro, y a veces lo pensás así. Dice con resignación.

Hay mucha droga en el penal y muchos negocios para conseguirla. Sanidad es la principal proveeduría de todo tipo pastillas, pero también entra a través de la visita o el propio personal penitenciario. Esto no lo ve como algo grave. Hasta le produce cierta gracia.

-Hay cosas que se saben, que se sospechan. El que pincha, pincha. No se requisa el personal. Olvidate, yo entro derecho a la cárcel, derecho como vengo a mi casa.

Pero los negocios también giran en torno a la comida que es escasa. El oficial entonces, tiene que permitirles a los presos ir a robar o “manguear” a los negocios de la unidad para que no se desate un levantamiento de la población.

Su nivel de prisionalización es tan grande que hasta ha llegado a pensar en robar. Si no lo hizo todavía es por miedo a perder su libertad. De todas maneras, de quedar apresado, no duda en escaparse de alguna manera de la unidad.

- Imaginate que robaste una vez, te pudiste comprar un auto y eso te lleva a otra cosa.  A mí me gustaría. Después te llevás todo por delante.


Está resignado. Lo que estudió durante su carrera no se corresponde con la realidad carcelaria. Las funciones de vigilancia y tratamiento de los internos no se cumplen. Decidió no preocuparse más por eso, simplemente se sumó a la población. La realidad dentro del penal es hoy su realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario