Por Martina Richards
Carlos Barrese, “Carloncho”, es conocido por ser el
dueño de las famosas pizzerías que llevan su nombre en La Plata. Sin embargo, detrás
de este hombre de 70 años hay una gran historia. Pasó los primeros 30 años de
su vida en orfanatos y cárceles, dónde aprendió a escribir. Al obtener su
libertad viajó a Estados Unidos dónde vivió 10 años, antes de volver a la ciudad
con el oficio de maestro pizzero. Hoy trabaja para crear una fundación que
ayude a los ex presidiarios a reinsertarse y poder volver a trabajar y
recuperar una vida fuera de la cárcel.
-¿Cómo fueron tus primeros años de vida?
-En primer
lugar quiero aclarar que nunca me ayudó nadie para salir de esto. Yo no tuve ni
asistencia social, ni a nadie. Los chicos que eran sacados de la calle, eran
puestos en orfanatos, como se les llamaba en ese tiempo. Fuimos creciendo,
fuimos cambiando de orfanatos, pero nunca fuimos a una escuela. No sabíamos lo
que era una escuela o una asistente social, o alguien que ayude a los menores.
Inclusive, en los orfanatos, había muchos malos tratos para con los menores,
como picanas eléctricas. Yo pasé por eso. Uno se va acostumbrando a esta
sociedad. Es como aquel perro que tiene una cucha, vive ahí y no sale más.
Nosotros éramos un perro que se va acostumbrando a eso. El trato era un trato
muy malo. El que se moría, se moría. Si naciste pobre, tenés que pagar por
haber nacido así. Hay que estar en ese
momento. Yo nunca tuve un juguete.
-¿Cómo fue salir del orfanato y encontrarte con la
calle?
-Salí y no sabía
lo que era una mujer, no sabía lo que era nada. Nunca me casé, pero conocí y me
enamoré de una chica en ese tiempo. Hacíamos el acto sexual mañana, tarde y
noche. Yo robaba para ella, estaba como loco. No sabía que era prostituta.
Cuando me enteré, pensé que todas las mujeres eran iguales. No conocía otra
cosa y no estaba preparado para ser alguien. Después vino lo más difícil, la
cárcel. Pero ya había pasado por minoridad y estaba acostumbrado a lo que era
vivir encerrado. Le tenía como una devoción.
-Era una costumbre, como la del perro.
-Claro. Por
eso te dije lo del perro. Más le pegas al perro y el perro más te quiere. Por
eso yo soy un perro. Por eso cuando yo me voy de Argentina, disparo y me voy a
Estados Unidos. Viví debajo del puente de Brooklyn.
-¿Por qué te fuiste?
-Tuve que
salir del país. En esa época mataban a todos los que tuvieran antecedentes. Y mi
prontuario no era nada lindo.
-¿Cuánto tiempo estuviste en Estados Unidos?
-Me fui en el
70 y volví en el 80. 10 años estuve allá, del lado de Manhattan. Aprendí
bastante bien el inglés. Después de vivir encerrado acá, vivir seis meses
debajo del puente era bastante cómodo para mí. Llegué en invierno. Y me fui
caminando del aeropuerto hasta el Central Park. Comía de los tachos de basura,
por supuesto.
-¿Cómo eran tus medios de subsistencia?
-Yo iba todos
los días a mangar a la puerta de una pizzería. El “requecho” de la pizza el
americano no lo come. Yo allá comía lo que sea. Estuve comiendo de los tachos 6
meses, hasta que me puse a trabajar en la pizzería. Después empecé a hacer
negocios con la pizza y nadie sabía quién era. Luego de haber pasado todos esos
años en la cárcel, en cierto punto, me daba vergüenza de que otros tuvieran vergüenza
de acercarse a mí.
-¿Tuviste miedo?
-Miedo no,
vergüenza. No me importa qué grande sea, yo le hago frente. Estoy acostumbrado
para eso. El delincuente a veces es delincuente y otras veces lo hacen delincuente.
El preso es el tipo que tiene las 24 horas para pensar. Busquen donde quieran,
pero es la única persona que tiene todo el tiempo para pensar.
-¿Por qué empezaste a ayudar a quienes pasaban por
la misma situación?
-Un día iba en
avión para Estados Unidos y me dije: mirá
quien fui y quien soy hoy. ¿Si hago algo por los que están presos? Así
empecé. Siempre me gustó ayudarlos porque sé lo que viven.
-¿Cómo empezaste?
-Me costó
mucho, porque para que te crean o te den bolilla, tenés que luchar mucho. Un
día, hace 10 años, fui al Servicio Penitenciario para que me autoricen a
entrar. Tuve que ir varios días y quedarme sentado ahí, hasta que me
recibieron. Les expliqué lo que quería hacer. Llegué a ser muy amigo del Director
General Penitenciario. Es la primera vez
en toda la historia, que un preso viene a hacer esto, me dijo.
-¿En qué consiste tu trabajo con los ex presos?
-Ellos trabajan
dos o tres días. Los hago más o menos que se pongan un poquito a tono y después
yo les voy buscando donde van. Reinserté 17 personas. Son muy pocos los que se
reinsertan en la sociedad. Si uno no los ayuda, es muy difícil.
-¿Seguís teniendo contacto con ellos?
-Con algunos
sí. Con otros no, ya se fueron para sus pagos. Sé que pusieron negocios, les va
bien y se casaron.
-Eso te debe de llenar de alegría ¿no?
-No. No sé si
me da alegría. No sé cómo llamarlo. Hago una obra de bien, como la está
haciendo Luis (Logran, su abogado) conmigo, por supuesto. Yo lo enganché a este
hombre para que me ayude con eso. Ahora si no lo llamo 3 veces por día, pega en
el palo. Él fue quien me dio más impulso para seguir en esto.
-¿Cómo fue volver a las cárceles después de tanto
tiempo?
-Es difícil. Lo
vas a llevar siempre adentro, como aquellas personas que pierden un hijo, no se
lo borran más de la cabeza. No son dos meses, son 30 años, es mucho tiempo. A
veces me pongo medio melancólico cuando hablo. Una vez, estando en Olmos para una
charla, me dice el director: ¿Qué vas a
hacer? Le dije: Voy a bajar y saludar
uno por uno. Me responde: ¿Cómo te vas
a meter en la boca del lobo? Bajé del escenario y fui. El recibimiento que
tuve fue algo espectacular y nadie se atrevería a estar entre esa muchedumbre
de criminales, por más abogado que seas. Yo sí. Inclusive me escribe un hombre
que tuvo en vilo al país por 6 años, más o menos, y sigue teniendo atrás de él
miles de chorros. Sin embargo, me mandó una carta conmovedora. Es el “Gordo”
Valor. Está en prisión y se atrevió a mandarme una carta agradeciendo y poniéndose
a mi entera disposición. Esa carta no se la mandan a nadie. Tuve unas palabras
con Brandán, el de los 12 apóstoles. Habló conmigo y me dijo: Hola Carloncho, ¿sabes quién soy?, Brandán.
Te digo porque a lo mejor no querés hablar conmigo. Ahí es cuando más
quiero hablar.
-¿Por qué?
-Porque los
más peligrosos, son los que más necesitan. No los “piringundines” esos que hoy
roban y matan. Asesinos son esos que matan de verdad, que complican las cosas. Brandán
era un tipo que se jugó la cabeza con un policía, mirá si es bravo. Y sin
embargo, corrió la cortina y me dijo: Yo
soy Brandán, ¿vos sos Carloncho? Yo no voy a decir si estuvo bien o estuvo
mal, eso la justicia ya lo determinó. Le dije: tené fe, que vas a salir de esta.
-¿Creés que la cárcel como institución tiene que
tener algún tipo de cambio?
-Lo va a
tener. La cárcel mueve piedras. La cárcel para el tipo que está preso es muy
jodida. Yo estuve en Francia e Italia y pregunté mucho sobre las cárceles. Yo
creo que acá lo que falta es darle contención al preso. El 80% de la población
de cárceles son reincidentes. Vos al tipo que se comió 15 años y salió tenés
que darle una casa, un trabajo, darle las oportunidades que se les dan a todos.
Inclusive va a enseñarles a sus hijos para que no sean delincuentes. Acá no se
le da nada a nadie, no tienen chances de nada. Siempre vuelven. Eso es lo que
pasa en este momento. Hay que sacarle ese cáncer que tiene encima. La cárcel te
asusta y no tiene gente capacitada como para decirte qué es lo malo y qué es lo
bueno. No tiene contención.
-¿Ves un cambio en la cárcel que te tocó a vos y en
la que ahora das tus charlas?
-El preso es un ser humano. Yo sin ser filósofo,
ni un hombre de letras, he aprendido mucho. Soy bastante inteligente como para
poder opinar de este tema. Entonces, ¿quién puede contradecirme? Nadie, no se
lo permito. Porque primero tenés que pasar por eso y después discutirme. El
preso tiene corazón, sabe escuchar y razonar. Cuando les cuento mi historia a
los detenidos se quedan medios raros, los aplausos son tremendos. Que de 100 presos me aplauda 1 con más aires,
ya está, misión cumplida. Yo siento mucho amor por ellos, porque he sufrido
mucho adentro.
-¿Cuándo aprendiste a escribir?
-En la cárcel.
Aprendí a escribir solo. Sé hablar muy bien con las manos también. “Corazón de
Hierro” es el más valioso. Salió premiado entre 600 escritores argentinos.
-Desde que sacaste tus libros ¿Sentís que hubo algún
cambio?
-Sí, porque
viene gente a la pizzería y me dice: ¡Leí
tu libro Carloncho! ¡Qué bueno que está! Yo primero los “semblanteo” un
poco y les pregunto qué parte del libro le gustó más. Si te dicen, quiere decir
que al libro se lo comieron de punta a punta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario