viernes, 11 de octubre de 2013

Carloncho: Corazón de hierro

Por Martina Richards

Carlos Barrese, “Carloncho”, es conocido por ser el dueño de las famosas pizzerías que llevan su nombre en La Plata. Sin embargo, detrás de este hombre de 70 años hay una gran historia. Pasó los primeros 30 años de su vida en orfanatos y cárceles, dónde aprendió a escribir. Al obtener su libertad viajó a Estados Unidos dónde vivió 10 años, antes de volver a la ciudad con el oficio de maestro pizzero. Hoy trabaja para crear una fundación que ayude a los ex presidiarios a reinsertarse y poder volver a trabajar y recuperar una vida fuera de la cárcel. 




-¿Cómo fueron tus primeros años de vida?
-En primer lugar quiero aclarar que nunca me ayudó nadie para salir de esto. Yo no tuve ni asistencia social, ni a nadie. Los chicos que eran sacados de la calle, eran puestos en orfanatos, como se les llamaba en ese tiempo. Fuimos creciendo, fuimos cambiando de orfanatos, pero nunca fuimos a una escuela. No sabíamos lo que era una escuela o una asistente social, o alguien que ayude a los menores. Inclusive, en los orfanatos, había muchos malos tratos para con los menores, como picanas eléctricas. Yo pasé por eso. Uno se va acostumbrando a esta sociedad. Es como aquel perro que tiene una cucha, vive ahí y no sale más. Nosotros éramos un perro que se va acostumbrando a eso. El trato era un trato muy malo. El que se moría, se moría. Si naciste pobre, tenés que pagar por haber nacido así.  Hay que estar en ese momento. Yo nunca tuve un juguete.

-¿Cómo fue salir del orfanato y encontrarte con la calle?
-Salí y no sabía lo que era una mujer, no sabía lo que era nada. Nunca me casé, pero conocí y me enamoré de una chica en ese tiempo. Hacíamos el acto sexual mañana, tarde y noche. Yo robaba para ella, estaba como loco. No sabía que era prostituta. Cuando me enteré, pensé que todas las mujeres eran iguales. No conocía otra cosa y no estaba preparado para ser alguien. Después vino lo más difícil, la cárcel. Pero ya había pasado por minoridad y estaba acostumbrado a lo que era vivir encerrado. Le tenía como una devoción.

-Era una costumbre, como la del perro.
-Claro. Por eso te dije lo del perro. Más le pegas al perro y el perro más te quiere. Por eso yo soy un perro. Por eso cuando yo me voy de Argentina, disparo y me voy a Estados Unidos. Viví debajo del puente de Brooklyn.

-¿Por qué te fuiste?
-Tuve que salir del país. En esa época mataban a todos los que tuvieran antecedentes. Y mi prontuario no era nada lindo.

-¿Cuánto tiempo estuviste en Estados Unidos?
-Me fui en el 70 y volví en el 80. 10 años estuve allá, del lado de Manhattan. Aprendí bastante bien el inglés. Después de vivir encerrado acá, vivir seis meses debajo del puente era bastante cómodo para mí. Llegué en invierno. Y me fui caminando del aeropuerto hasta el Central Park. Comía de los tachos de basura, por supuesto.

-¿Cómo eran tus medios de subsistencia?
-Yo iba todos los días a mangar a la puerta de una pizzería. El “requecho” de la pizza el americano no lo come. Yo allá comía lo que sea. Estuve comiendo de los tachos 6 meses, hasta que me puse a trabajar en la pizzería. Después empecé a hacer negocios con la pizza y nadie sabía quién era. Luego de haber pasado todos esos años en la cárcel, en cierto punto, me daba vergüenza de que otros tuvieran vergüenza de acercarse a mí.

-¿Tuviste miedo?
-Miedo no, vergüenza. No me importa qué grande sea, yo le hago frente. Estoy acostumbrado para eso. El delincuente a veces es delincuente y otras veces lo hacen delincuente. El preso es el tipo que tiene las 24 horas para pensar. Busquen donde quieran, pero es la única persona que tiene todo el tiempo para pensar.

-¿Por qué empezaste a ayudar a quienes pasaban por la misma situación?
-Un día iba en avión para Estados Unidos y me dije: mirá quien fui y quien soy hoy. ¿Si hago algo por los que están presos? Así empecé. Siempre me gustó ayudarlos porque sé lo que viven.

-¿Cómo empezaste?
-Me costó mucho, porque para que te crean o te den bolilla, tenés que luchar mucho. Un día, hace 10 años, fui al Servicio Penitenciario para que me autoricen a entrar. Tuve que ir varios días y quedarme sentado ahí, hasta que me recibieron. Les expliqué lo que quería hacer. Llegué a ser muy amigo del Director General Penitenciario. Es la primera vez en toda la historia, que un preso viene a hacer esto, me dijo.

-¿En qué consiste tu trabajo con los ex presos?
-Ellos trabajan dos o tres días. Los hago más o menos que se pongan un poquito a tono y después yo les voy buscando donde van. Reinserté 17 personas. Son muy pocos los que se reinsertan en la sociedad. Si uno no los ayuda, es muy difícil.

-¿Seguís teniendo contacto con ellos?
-Con algunos sí. Con otros no, ya se fueron para sus pagos. Sé que pusieron negocios, les va bien y se casaron.

-Eso te debe de llenar de alegría ¿no?
-No. No sé si me da alegría. No sé cómo llamarlo. Hago una obra de bien, como la está haciendo Luis (Logran, su abogado) conmigo, por supuesto. Yo lo enganché a este hombre para que me ayude con eso. Ahora si no lo llamo 3 veces por día, pega en el palo. Él fue quien me dio más impulso para seguir en esto.

-¿Cómo fue volver a las cárceles después de tanto tiempo?
-Es difícil. Lo vas a llevar siempre adentro, como aquellas personas que pierden un hijo, no se lo borran más de la cabeza. No son dos meses, son 30 años, es mucho tiempo. A veces me pongo medio melancólico cuando hablo. Una vez, estando en Olmos para una charla, me dice el director: ¿Qué vas a hacer? Le dije: Voy a bajar y saludar uno por uno. Me responde: ¿Cómo te vas a meter en la boca del lobo? Bajé del escenario y fui. El recibimiento que tuve fue algo espectacular y nadie se atrevería a estar entre esa muchedumbre de criminales, por más abogado que seas. Yo sí. Inclusive me escribe un hombre que tuvo en vilo al país por 6 años, más o menos, y sigue teniendo atrás de él miles de chorros. Sin embargo, me mandó una carta conmovedora. Es el “Gordo” Valor. Está en prisión y se atrevió a mandarme una carta agradeciendo y poniéndose a mi entera disposición. Esa carta no se la mandan a nadie. Tuve unas palabras con Brandán, el de los 12 apóstoles. Habló conmigo y me dijo: Hola Carloncho, ¿sabes quién soy?, Brandán. Te digo porque a lo mejor no querés hablar conmigo. Ahí es cuando más quiero hablar.

-¿Por qué?
-Porque los más peligrosos, son los que más necesitan. No los “piringundines” esos que hoy roban y matan. Asesinos son esos que matan de verdad, que complican las cosas. Brandán era un tipo que se jugó la cabeza con un policía, mirá si es bravo. Y sin embargo, corrió la cortina y me dijo: Yo soy Brandán, ¿vos sos Carloncho? Yo no voy a decir si estuvo bien o estuvo mal, eso la justicia ya lo determinó. Le dije: tené fe, que vas a salir de esta.

-¿Creés que la cárcel como institución tiene que tener algún tipo de cambio?
-Lo va a tener. La cárcel mueve piedras. La cárcel para el tipo que está preso es muy jodida. Yo estuve en Francia e Italia y pregunté mucho sobre las cárceles. Yo creo que acá lo que falta es darle contención al preso. El 80% de la población de cárceles son reincidentes. Vos al tipo que se comió 15 años y salió tenés que darle una casa, un trabajo, darle las oportunidades que se les dan a todos. Inclusive va a enseñarles a sus hijos para que no sean delincuentes. Acá no se le da nada a nadie, no tienen chances de nada. Siempre vuelven. Eso es lo que pasa en este momento. Hay que sacarle ese cáncer que tiene encima. La cárcel te asusta y no tiene gente capacitada como para decirte qué es lo malo y qué es lo bueno. No tiene contención.

-¿Ves un cambio en la cárcel que te tocó a vos y en la que ahora das tus charlas?
 -El preso es un ser humano. Yo sin ser filósofo, ni un hombre de letras, he aprendido mucho. Soy bastante inteligente como para poder opinar de este tema. Entonces, ¿quién puede contradecirme? Nadie, no se lo permito. Porque primero tenés que pasar por eso y después discutirme. El preso tiene corazón, sabe escuchar y razonar. Cuando les cuento mi historia a los detenidos se quedan medios raros, los aplausos son tremendos.  Que de 100 presos me aplauda 1 con más aires, ya está, misión cumplida. Yo siento mucho amor por ellos, porque he sufrido mucho adentro.

-¿Cuándo aprendiste a escribir?
-En la cárcel. Aprendí a escribir solo. Sé hablar muy bien con las manos también. “Corazón de Hierro” es el más valioso. Salió premiado entre 600 escritores argentinos.

-Desde que sacaste tus libros ¿Sentís que hubo algún cambio?
-Sí, porque viene gente a la pizzería y me dice: ¡Leí tu libro Carloncho! ¡Qué bueno que está! Yo primero los “semblanteo” un poco y les pregunto qué parte del libro le gustó más. Si te dicen, quiere decir que al libro se lo comieron de punta a punta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario