Por Federico Artigau
Susana “Pocha” Camiña, es
una vecina de Altos de San Lorenzo que lucha día a día por los derechos humanos
y la reinserción social de ex detenidos. Es reconocida como “la madre de
los presos” por el amor, sencillez y solidaridad que transmite. Hoy está al
frente de un centro integrador que funciona en su propia casa, donde chicos del
barrio completan sus estudios y aprenden oficios.
Con
una sonrisa dibujada en su cara, la misma que tiene todos los días, esa que no
sólo forma parte de su rostro, sino que refleja su actitud ante la vida, Susana
“Pocha” Camiña me recibió. Me abrió las puertas de su casa, de su querido Altos
de San Lorenzo y las de su corazón. Con un abrazo de esos que hace tiempo no me
dan, me hizo sentir en casa.
Su
casa hoy es la de todos los pibes del barrio y en ella funciona un centro
integrador, como a Pocha le gusta llamarlo. Se dicta un Plan Fines, donde
chicos y grandes van a terminar sus estudios.
-Acá
se enseña otra cosa, se enseña a pensar –dijo orgullosa-. Este es un ámbito
dónde uno respeta el criterio del otro.
Clases
de apoyo, talleres de títeres y de radio son otras de las actividades que tiene
el centro. Una biblioteca popular, una huerta comunitaria y un horno de barro
completan y dan forma al centro.
La
historia de esta madre luchadora nos lleva a la década del 70, cuando llegó al
barrio. En esos años empezó a militar en la agrupación peronista “Susana
Lesgart” (una de las fusiladas en la Masacre de Trelew).
-Yo
me hice peronista viniendo a la Unidad Básica y mirando Operación Masacre.
Es
madre de 7 hijos y abuela de 14 nietos, fue ama de casa, portera de escuela y hoy
es trabajadora de la Secretaría de Derechos Humanos.
Uno
de sus hijos fue apresado en el año 2000, cuando el país atravesaba una crisis
institucional, económica y social. Fue a visitarlo a la cárcel, espero en la
puerta del penal con el resto de la “visita” casi tres días.
-Nunca
supe muy bien por qué tardaron tanto en abrir los portones.
En
la puerta el guardia la “rebotó” porque el papel del documento en trámite no tenía
foto. “Ahí se me vino el mundo abajo.” Las fotos salían 10 pesos. Metió su mano
en el bolsillo y solo tenía 2,50. La tristeza y la desilusión la invadieron. Pero
la mujer de otro preso tenía 7,50 pesos. Entre las dos, después de convencer a
un fotógrafo, pudieron sacarse dos fotos cada una y entrar a visitar a sus
familiares. “Todavía estaba llorando cuando me sacaron la foto”. Esa misma foto
es la que hoy tiene en su documento.
Al
entrar conoció otra realidad, una triste y llena de sombras. Al ver los grandes
muros, sentir el frío, el olor a encierro, muerte y abandono del lugar, decidió
hacer algo. Abrió un comedor, creo emprendimientos de panadería, pizzería, encuadernación
y una huerta para darle oportunidades a su hijo cuando recuperara su libertad. Lo
cierto es que el comedor y los emprendimientos ayudaron a unas 134 familias.
-Yo
lo hice para darle un futuro a mi hijo y contención –aseguró Pocha-. Pero él no
llegaba y muchos otros sí.
En
el 2003, pasó a llamarse centro. Eso de comedor nunca le gustó. “Es lucrar con
la necesidad”.
Pocha
ayudó a pibes que estaban en Institutos de Menores y ex presos a reinsertarse
en la sociedad. En ella encontraron el amor y la contención que sólo una madre
sabe dar. En las cárceles la llaman “la Madre de los presos”.
Otro
de sus hijos es oficial del Servicio Penitenciario, pero ella no quiere exponerlo,
involucrándolo en su lucha. Por eso no desde la Secretaría de Derechos Humanos,
visita penales para hacer relevamientos sobre la situación en las que se
encuentran y ayuda a los presos gestionando traslados.
Los
veranos los pasa con los pibes del barrio en el Balneario San Cayetano, en la
Costa Atlántica. Consigue y gestiona el transporte, la comida y el hospedaje,
para darles a los chicos la posibilidad de unas vacaciones.
-San
Cayetano es mi lugar en el mundo, ahí soy feliz.
En
2009 murió Emilio, otro de sus hijos.
-A
veces cuando estoy sola escucho los redondos, él era fanático del Indio. De esta manera lo siente más cerca. “Si no
hay amor, que no haya nada,” dice Solari en ese “Tesoro de los inocentes” que a
Pocha la pinta de cuerpo entero.
A
fines del año pasado le diagnosticaron cáncer. “Esa noche me dije, no me quiero
morir, no quiero cerrar los ojos, todavía quedan cosas por hacer.” Hoy eso es
parte del pasado, después de unas operaciones, la enfermedad está controlada.
Con
los ojos húmedos, esos ojos que no juzgan y que con su ternura ablandan al más
duro, pero con la sonrisa intacta dice: “Yo no soy nadie, no soy abogada, no
soy nada. Soy Pocha.
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