jueves, 17 de octubre de 2013

Fuegos de octubre

Por Federico Artigau

El pabellón 16 de la Unidad N° 28 de Magdalena fue escenario de una tragedia que 8 años después sigue buscando justicia.



Paredes grises, tristes y oscuras; ventanas con barrotes y una puerta enrejada dan forma al pabellón 16 de la unidad penitenciaria 28 de Magdalena. Testigo de un Día de la Madre que nació mal parido, amaneció entre llantos, gritos y rezos de la visita. La ilusión rápidamente se convirtió en desesperación e incertidumbre.


Los presos se turnaron durante toda la tarde para usar el único horno del pabellón, blanco y bastante viejo. Cocinaron tortas y postres para agasajar a sus madres.

En tendales improvisados, hechos con alambres, atados a las paredes y a las cuchetas, colgaron la ropa recién lavada. Querían tener todo listo para la visita de sus familias.

En ese momento el tiempo se detuvo dejando familias rotas y devastadas, que con el abrazo de la desolación y desesperanza fueron cobijadas del frío. Tras los muros esperaban novedades en una vigilia cada vez más parecida a una agonía sin fin.

Gritos desgarradores y ensordecedores que pedían ayuda fueron la banda de sonido de esa película de terror que nadie quiso ver pero que fue realidad esa noche. Cerca de las 11:30 de la noche del 15 de octubre de 2005, después de una discusión entre presos, 15 penitenciarios entraron al pabellón 16 de autoconducta y empezaron a reprimir. Sacaron a palos a algunos internos y cerraron la reja.

El infierno se desato esa noche. ¡Me asfixio Dios! Una explosión y los colchones se prenden fuego y nos quemamos vivos. Quiero salir, quiero escapar, las puertas siguen encerrojadas. El pabellón en un segundo se nublo todo y ya no vemos nada más. Dice el Indio Solari en “Pabellón Séptimo”, canción que grafica un hecho similar, con el mismo desenlace.

Poco tiempo después, en medio de discusiones se prenden fuego almohadas, colchones y mantas de material sintético desencadenando un incendio.

Los presos del pabellón, 58 hijos, padres, hermanos, amigos, personas intentaron escapar. Gritaron y pidieron a los guardias que abran las rejas, pero no tuvieron respuesta. Las llamas rápidamente se esparcieron por todo el lugar. 

-Los sapos estaban engomados y los guardias no abrieron la reja. Recuerda un sobreviviente.

La puerta trasera que da al patio del complejo penitenciario y la que da al patio del pabellón, también estaban cerradas y nunca se abrieron.

Los familiares impávidos, incrédulos e inmóviles tras los muros, vieron esos fuegos de octubre que no fueron de revolución, fueron llamas de dolor. El olor a humo y hollín se mezcló con el de muerte impregnando todo el lugar. Mientras adentro peleaban por seguir vivos, afuera no había noticias.

Los presos de los pabellones vecinos se vistieron con el traje héroes, rompieron las paredes y fueron a socorrer a sus compañeros. Algunos internos buscaron refugio en la parte de los baños. Allí mismo, más tarde, se encontraron cadáveres.  

Un hueco en la pared que da al patio del pabellón 16 fue la salida de emergencia. Historias, esperanzas, ilusiones y vidas añorando la libertad, buscaron salir de ese infierno intentando respirar aire puro.



Esa noche el fuego ardió hasta consumirse. Los matafuegos y las mangueras contra incendios no anduvieron.

En ese lugar, donde la inocencia de algunos es puesta en duda, 33 almas se apagaron. Justos y pecadores, la muerte no sabe de diferencias. Luces que ya no brillan más, mártires de esta historia que pasó 8 años atrás.    

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